Arquitectura en Chile durante el siglo XIX
A principios del siglo XIX, la arquitectura colonial, influenciada por la tradición hispano-criolla, continuaba vigente en las edificaciones en Chile: casas de uno o dos pisos, con muros de adobe, techos de teja y fachadas blancas continuas.
Una vez finalizado el proceso de Independencia y fortalecidas algunas transformaciones de índole social, con el consecuente afianzamiento de la República, el gobierno de Manuel Bulnes decidió emprender políticas para un ordenamiento normativo del desarrollo urbano y de paso. reformar el aspecto arquitectónico de la capital. De este modo, a mediados del siglo XIX, el gobierno promovió la llegada de arquitectos y profesionales de la construcción desde Europa, principalmente de Francia, con el ánimo de llevar a cabo los cambios edilicios que requerían los «nuevos tiempos». Este impulso se reflejó, por ejemplo, en el gran número de planos de Santiago que se levantaron en la época y en el esplendor que comenzó a adquirir la ciudad puerto de Valparaíso.
En 1848 se contrató a Claude Francois Brunet de Baines como arquitecto de Gobierno. Se le encargó el diseño de importantes edificios estatales como el Congreso Nacional y el Teatro Municipal. Además se le asignó la fundación de la primera escuela de arquitectura del país, dependiente de la Universidad de Chile, donde se formaron los primeros arquitectos que continuaron con su obra en nuestro país. De esta manera, se le dio impulso a la construcción de obras públicas, religiosas y edificios civiles. A Brunet de Baines le siguió Lucien Ambroise Hénault, igualmente contratado como arquitecto de Gobierno, quién en 1863 inició la construcción de la actual Casa Central de la Universidad de Chile.
De las enseñanzas y cursos de estos arquitectos extranjeros surgió la primera promoción de arquitectos propiamente chilenos. El primer arquitecto nacional graduado fue Ricardo Brown, en 1862. También sobresalieron Fermín Vivaceta y Manuel Aldunate, que no obtuvieron su grado pero fueron reconocidos como arquitectos por el Gobierno y continuadores de la obra de Brunet de Baines y Hénault.
Por otra parte, desde mediados del siglo XIX, el auge económico que produjo la producción minera se tradujo en una transformación arquitectónica, en especial de las viviendas urbanas que decidieron adaptar o copiar los modelos de viviendas y edificios europeos. Se reemplazó la austera casona colonial, de esteras, estrados y muebles de maderas nativas, por mansiones suntuosamente decoradas con muebles importados y labrados refinadamente.
A su vez, el Intendente de Santiago entre 1872 y 1875, Benjamín Vicuña Mackenna, desempeñó un papel fundamental en el reordenamiento de Santiago. Proyectó obras de gran envergadura que contemplaban un trazado regular de la ciudad y un reconocimiento de los límites de la misma. La remodelación de Vicuña Mackenna pretendió armonizar el aspecto arquitectónico y urbanístico de Santiago, aunque junto con ello segregó y separó a sus habitantes entre el «sector civilizado del bárbaro».
Finalmente, en el ocaso del siglo XIX y principios del siglo XX, jóvenes chilenos viajaron a Europa a formarse como arquitectos, principalmente a Francia, trayendo consigo las nuevas influencias de la moda. Es el caso de Ricardo Larraín Bravo y Alberto Cruz Montt, exitosos arquitectos que diseñaron y construyeron un número considerable de obras, principalmente viviendas, para las personas más acaudaladas de la época. Por entonces, el estilo arquitectónico historicista podía contemplarse en buena parte del aspecto urbano de la capital. Este estilo se mantuvo en las primeras décadas del siglo XX y tuvo su máxima expresión en lo que podría llamarse la «arquitectura del Centenario», que abarcó una serie de edificios inaugurados entre 1910 y 1915 como motivos de la celebración del gran acontecimiento nacional.
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